“Quitarse la venda y ver que no. Que tú no eras”.
Juan Get.
De cuando hablamos en silencio
Me dejo llevar. Ya no miro en el mapa dónde está ese punto rojo que nos invita a verter sobre la cama cada pensamiento, palabra, obra y oración.
Podría dedicarte una sola canción, pero es que creo que la letra te queda pequeña. Mucho contenido para tan poca sinopsis. Eras un spoiler que no debí leer antes de tiempo porque ya sabía de antemano cómo iba a terminar. Y si de capítulos hablamos, tras el primero, no nos lo compraría nadie.
Han pasado muchas noches desde aquel día y sigo mirando en el calendario los momentos que quedaron marcados para no cumplirse. De eso nos hicimos expertos cuando deboramos cada prejuicio que dejamos al otro lado de la puerta, al sacudirnos de encima tú los fantasmas y yo los miedos. Hacíamos tan buena pareja que nos creímos irremplazables. Sin embargo éramos los dobles perfectos para una película de autor de bajo presupuesto.
Hay muchas historias así. Lo sé. No hace falta irse muy lejos para ver que cada persona libra su propia batalla. En un café te confiesan que se acuerdan de ti mientras pasean su maletín de camino a casa. En una cerveza te susurran al oído que más vale pronto que tarde, refiriéndose al instante de quitarse la ropa. Los hay que desayunan bien temprano mientras deslizan el dedo a la derecha o izquierda, bendiciendo la conquista de turno que será la próxima en pasar por la cama de sábanas recién planchadas por su queridisima esposa.
Y mujeres. Muchas. Valientes y cobardes de pintalabios rojos de tanto marcar el territorio que no quieren que otras conquisten. O de perfume intenso que auyente el demonio de la desesperación, cuando nos obligan a mantener la distancia, ellas así, las acortan. Las que se despiden en la puerta de casa del hombre de turno mientras invitan al siguiente a entrar, aún con la cama caliente, el café bien cargado.
Da igual. Dí lo que quieras que cada uno entenderá la indirecta en función de lo que llevan por dentro. No hay disparo que no de en la diana ni golpe que no duela al menos, una vez. Podría poner el negro en el centro, aunque tú, mi querida amiga, lo quieras dentro.
Son solo eso, palabras. ¿No pensarás que son de verdad? Nuestra voz interior, esa que siempre gana conversaciones, la que te dice que sí cuando sabes que no, la conciencia que te invita a alejarte cuando quieres caer plenamente sobre sus brazos aún sabiendo las consecuencias. El sexo más salvaje jamás contado que no pudiste pedirle a nadie. Eran ellos o tú. Y al final apostaste todo a la carta equivocada.
No me quiero extender mucho más. Es mejor ser corta y concisa, aunque de larguras ande el tema. Sólo estoy practicando para cuando me toques. A caballo regalado, móntalo y ya después veremos. A quien madruga, no le encuentra el marido en el ascensor. Más vale amante en mano que novia en la cama. Lo de los refranes no lo llevo muy bien, pero es que no hay mal que por bien, no te vendan. De tal palo, tal morado.
Estoy convencida de que si cerramos los ojos y pedimos un deseo, alguien vendría a cumplirnoslo. Quién sabe. A lo mejor de tanto pedirme, me hago realidad.
Nos leemos en breve, sinceramente,
1De cuando hablamos en silencio
De cuando hablamos en silencio