“El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”.
Ana María Matute
El mes de febrero ha venido como un pequeño remolino que quiere alborotarlo todo. Como si el mes de enero no hubiera sido ya intenso, siempre aparecen pequeñas anotaciones al margen que nos hacen meternos en la rutina cuando queremos desviarnos un poco.
Reconozco que a pesar de la experiencia, de la madurez y el aprendizaje de da la vida, siempre termino sorprendiéndome en determinadas circunstancias. Algo así como un decirte a ti misma «a mi eso no me va a pasar», «yo me daría cuenta y lo cambiaría» y una larga retahíla de frases hechas de las que te autoconvences, hasta que te alcanza.
Últimamente todo lo que me rodea a nivel profesional y también personal, está prácticamente relacionado con el asombroso mundo de las emociones. Y esta mañana ha habido algo que me ha hecho saltar el clic, al hablar con una compañera psicóloga con la que tras mucho debatir sobre una situación que lleva viviendo más de cuatro años a nivel personal y que está tratando de ajustar me ha dicho: «Pero Inma, ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí, que soy psicóloga?» y sólo he podido responderle: «Porque también eres humana».
Es eso algo que se nos olvida muchas veces. Nos ponemos la capa con superpoderes que se camufla detrás de un trabajo, empleo o etiqueta y nos sorprendemos al mirar al espejo y no vernos como nos gustaría vernos. O no hacerlo del modo que nos miran los demás.
El mundo de las emociones es complejo. No todos los días son iguales ni nos pilla siempre del mismo modo. Hay momentos que en cuestión de segundos todo se complica, nos sobrepasa o sencillamente, nos sentimos tan abatidos o desgastados que preferimos tirar la toalla.
¡Y está bien! Porque sí. Claro que puedes con todo. Pero a lo mejor no te apetece en ese momento. O hacerlo sola. Quizás necesitas un paréntesis y reformular tus prioridades y ponerte tú la primera.
Somos humanos, sí. Aunque a veces se nos olvida. Como si no necesitáramos un abrazo, unas palabras de ánimo o cariño o simplemente ver una película y reírnos (o llorar, según el género). Tan válido como apagar el móvil (o ponerlo en modo avión) y echarnos una siesta.
Pero el tema está en que nadie nos ha enseñado a gestionar y trabajar las emociones. Porque hasta mi compañera psicóloga que tiene las herramientas, necesita ayuda para sanarse. Es como pretender que un cirujano por el simple hecho de serlo, se opere solo.
Saber detectar qué sentimos y por qué lo sentimos es ya identificar la raíz. Y permitirnos ser felices del mismo modo que podemos sentir como válidos el tener días que no los vemos así. Y todos ellos, con todo su abanico de colores pueden formar parte de ti. La cuestión es, cómo los manejas.
Subirnos al coche de las emociones es un viaje apasionante. Y el mapa, lo tienes dentro de ti.
Nos leemos en breve. Con amor,
I.