“Yo creo que nada sucede por casualidad.
Que en el fondo, las cosas tienen su plan secreto,
aunque nosotros no lo entendamos.”
«La sombra del viento» – Carlos Ruiz Zafón
Es miércoles, aunque lo publicaré el viernes. A pesar de que el día está nublado y parece que se va a poner a llover de un momento a otro, el sol a veces con fuerza, se cuela entre los pequeños claros e ilumina esta acogedora y tranquila estancia de trabajo.
Hay personas que aparecen en nuestra vida y son como esa luz en los días grises. El impulso que necesitas para continuar cuando creías que no podías más. Y pudiste.
Pero también soy consciente de que somos ese faro en muchas personas que nos rodean, nos conozcan o no. Con una simple pregunta, una mano en la espalda o unas palabras de ánimo, ser ese pequeño soplo en mitad de sus tormentas. En ocasiones somos inspiración y concentramos un poder que desconocemos. Hasta que nos lo dicen.
Siempre se ha dicho que lo importante son los hechos y no seré yo quien lo niegue. Sin embargo, las palabras y las acciones deben ir prácticamente de la mano.
Hablo en primera persona: siempre he sido consciente, he visto y comprobado que lo que hacemos e incluso lo que dejamos por decir, provoca reacciones en las otras personas. De ahí la importancia de la comunicación y la siempre necesaria relación entre lo que decimos y sentimos/nos dicen y nos provoca.
El poder de la palabra es tan fuerte que sólo hay que comprobar en los niños pequeños el consuelo que les da lo que les dicen, el tono cómo se lo dicen y los gestos que acompañan (un abrazo, un beso…).
El silencio también habla. Pero hay que saber escucharlo, entenderlo y respetarlo. Porque en ese espacio de ausencia hay muchas palabras y emociones escondidas. Quizás magullando qué decir. O quizás sin fuerzas para nada. Pero a pesar de ello, nos empeñamos en llenar esos silencios con palabras vacías. A destiempo. Sin fuerza ni garra. Que no transmiten absolutamente nada, siendo simplemente palabrería. Transformándose a veces en llamadas de atención.
Me encanta hablar. Expresar por medio de letras aquello que siento. Dar un pedacito de mí en cada conversación. Pero también disfrutar de la soledad sonora de los pensamientos, los recuerdos o esas ideas que danzan sigilosas por la mente, tratándose de hacer realidad.
El poder de la palabra. De la tuya. De la mía. Nuestra. En cada rincón de la boca que grita un nombre aunque solo yo lo escuche.
En cada caricia sutil que sigilosa susurra intenciones. De lo que queda pendiente después de un abrazo. O de una mirada. Siempre hay palabras que se piensan y no se dicen. Que se dicen sin pensarlas. Palabras que son posesiones que no tenemos pero que disfrutamos haciéndolas nuestras.
Palabras, que al fin y al cabo sobran cuando nos dejan sin ellas.
Nos leemos en breve. Con amor.
I.