«La vida ama a quien ama la vida»
Maya Angelou
Viajes de ida y vuelta
La primavera parece haberse instalado: los pájaros alegran con su trino las mañanas mientras el resto del mundo aún permanece dormido. Las flores despiertan sutilmente mientras van ocupando su lugar en la tierra que antes estaba baldía. El sol calienta levemente la desnudez de los cuerpos que van despojándose de sus heridas, del letargo, de las contracturas de la vida.
Viajar en tren siempre tiene un encanto especial o al menos yo así lo percibo. El aire bohemio y bucólico, el paisaje que se ve pasar a medida que dejamos atrás todo lo que ya hemos recorrido. La expectativa de lo que encontraremos al llegar. Aunque ya hayamos estado. A pesar de saber lo que posiblemente nos espere, siempre hay una nueva visión. Unos ojos ilusionados que miran cientos de veces por primera vez.
Es en ese camino, en ese trayecto, cuando me gusta mirar a mi alrededor, como espectadora, y disfrutar no sólo del paisaje sino de las personas con las que comparto destino aunque sea temporal, y espacio, aunque sea momentáneo. La magia de las escenas cotidianas: quien ameniza su tiempo de espera con un libro nuevo entre sus manos, quien echa alguna cabezada intermitente mientras los kilómetros pasan. Los que prefieren tomar algo en la cafetería charlando con el compañero de viaje, los que dejan la mente en blanco, sumergidos en sus asientos. Y también quienes entrelazan sus manos, mirando el horizonte que pasa a tanta velocidad como el reloj corre cuando están juntos.
En todas estas vidas que confluyen hay tiempo para las casualidades en los asientos de enfrente de quienes de dos puntos diferentes de la geografía, coinciden. Para el cortejo de dos viejos desconocidos que reviven su juventud entre tarjetas de visita y batallas pasadas. Que se despiden con un «cuando lo necesite ya se dónde encontrarte» aunque las probabilidades sean remotas. Tentar a la suerte. En un vagón de tren. Con tantas historias como personas pueden sentir.
Viajes de ida y vuelta. Cruces de maletas. Subidas y bajadas en andenes perdidos en mitad de la nada. Alguien que te agarra fuerte de la mano. Que te mira sin soltarte. Que te abraza tan fuerte que a cientos de kilómetros de tu ciudad te hace sentir casa. Sonrisas que chocan en el ímpetu de dos cuerpos que se desean con ganas.
Subir al cielo de Madrid. Capturar los momentos en una pequeña pantalla para revivirlos al regresar. Para transportarnos al allí ahora. Y provocarnos recuerdos que se hacen presentes. Primavera incesante de versos nuevos que salen solos, como los besos. Los que se dan. Que no se piden. Los que se roban. A ti. No me detengas. De ninguna forma ni manera.
Porque sí, hay viajes de ida y vuelta. Donde vas y vienes sin moverte de un mismo punto. Cuando recorres un cuerpo que lo haces tan tuyo como mío. Contigo. Compañero de aventuras. De locuras.
Me voy, sin necesidad de pasaporte si eres tú quien me acompaña, con destino a donde el corazón nos lleve.
Nos leemos en breve. Con amor,
#PrimerasVeces