«Vendrá un tiempo
en el que, con gran júbilo,
nos saludaremos a nosotros mismos
frente nuestra propia puerta, frente a nuestro propio espejo,
y con una sonrisa ambos agradeceremos la bienvenida del otro».
Darek Walcott
Dicen que después de la tempestad viene la calma. Pero nadie te habla del proceso. Nadie te dice lo que cuesta resistir. Las ganas de abandono y de dejarlo todo. En realidad no sabes en qué momento se terminará la tormenta, pero confías en que lo que no te mate, te hará más fuerte. Y esa es nuestra fortaleza. Y nuestra esperanza.
Dicen que ningún mar en calma hizo un buen marinero. Pero qué difícil se hace a veces salir a la mar y no saber en qué momento llegarás al otro lado. Ni con quién te encontrarás en medio del océano. A veces las cartas de navegación ayudan, pero depende de quien capitanee el barco se hará la travesía más o menos llevadera.
Todo esto viene en relación a los tiempos que vive cada persona. A las veces que juzgamos a los demás (o nos dejamos juzgar). Vemos el mundo a través de nuestros ojos, lo cual no significa que no haya más ojos ni más formas de mirar. No hay correctos ni incorrectos, sino formas de vida diferentes.
Sin embargo hay momentos en los que nos sentimos equilibristas. Cada cual librando su propia batalla, las que se aprecian a simple vista y las que se luchan por dentro, quizás, las más difíciles de sobrellevar.
Nos hablan de la paciencia, pero nos impacienta no encontrar respuestas o que no sean de nuestro agrado. Estamos hechos para la inmediatez, para encontrar las cosas en el ahora. Y cuando un pequeño (o gran) vaivén aparece en nuestro camino y tenemos que volver al centro sentimos un mareo fuera de órbita.
Encontrar el equilibrio es difícil. Porque los estímulos que nos rodean son obstáculos a saltar. Porque hay veces que cuesta ponerse en marcha. Sientes que pisas terreno hostil y no quieres hundirte. Ni que nadie venga a provocarte más miedo en esa cuerda floja por la que andas.
Pero te puedo asegurar que llega un momento en el que cuando miras a tu alrededor, cuando confías en la fuerza que reside en tu interior, ves con calma ese tremendo oleaje. Te pones en pie. Otra vez. Sacudes el polvo de la ropa. Confías en ti. De nuevo. Otra vez. Te das una oportunidad. Otra más. Y miras al mundo no desde el miedo sino desde la oportunidad.
Muchas veces es necesario mirarnos en el espejo. Hablarnos con compasión. Hacer más de eso que nos hace felices. Disfrutar de esa soledad que en ocasiones aparece en forma de fantasmas. Llamar a las cosas por su nombre. Hablarle de tú al tú al miedo. Y confiar. No he visto mejor arma que la confianza a prueba de balas.
Sí. Tras la tempestad viene la calma. Y te puedo asegurar que no hay mayor logro que haber conquistado tu propia tormenta. Al final, hasta disfrutarás de la tormenta. Y te sentarás a contemplar tu victoria.
Nos leemos en breve. Con amor,
I.
Encontrar el equilibrio