Érase una vez…

Érase una vez

«Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias,
tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad
e iluminan el caos de nuestras vidas”.
Paul Auster

Todos somos contadores de historias. En nuestro interior, debido al transitar de la vida y del día a día vamos acumulando experiencias y nos llegamos a construir y deconstruir (y a veces incluso a destruir) en numerosas ocasiones.

Albergamos en nuestro interior cantidades asombrosas de historias y vivencias que nos convierten en quienes realmente somos. Sin embargo, no todo el mundo termina por conocer o descubrir el mundo que contenemos en nuestro interior.

Y ese es precisamente el gran reto: llegar a adentrarnos en la vida de las personas que pasan por la nuestra. Descubrir que entre las sombras también hay atisbos de luz. Que entre tantas dudas siempre hay respuestas esperando para elegir la correcta. Y que en medio de los miedos, alguien se sentará a susurrarles bajito que se marchen.

Mudamos la piel y cambiamos de ideas. Nos aferramos a nuestras creencias mientras cerramos los ojos a en medio de la tormenta, porque sabemos que al final, todo se calmará. Tenemos tantas oportunidades como historias estemos dispuestos a escribir.

Érase una vez una persona que vino a este mundo sin saber muy bien a lo que se enfrentaba. Cuando era pequeño le dijeron qué quería ser de mayor. Y cuando se hizo mayor se dio cuenta de que lo que realmente deseaba era lo que disfrutaba cuando era pequeño. Le habían contado muchas historias diferentes pero muy pocas se asemejaban a la realidad. Se encontró perdido y frustrado. Pero otras veces se sentía sorprendido y agradecido.

Entonces, tuvo que aprender a vivir día a día sin un manual de instrucciones, descubriendo mediante «acierto-error». Descubrió que a pesar de que había estructurado su vida como si de etapas y listas por cumplir se tratara, la realidad consistía en algo bien diferente. Aprendió a saltar obstáculos, a que tras la caída el dolor puede persistir en el tiempo aunque te pongas en pie rápidamente.

Pero también se dio cuenta de que a pesar de que no había cumplido todos sus sueños, aún había posibilidades. Así que tomó lápiz y papel y fue anotando día a día en lo que se quería convertir. Y al caer la noche, comprobaba que aún siendo la misma persona, los demás empezaban a verlo como alguien diferente.

Tachó y borró de nuevo. Empezó un libro y lo dejó a la mitad. Se encariñó de otro que no soltaba a pesar de que ya lo había terminado. De otros arrancó las partes que menos le gustaban. Incluso se atrevió a hacer anotaciones al margen. De múltiples géneros. Escritos hasta en otros idiomas. Todos los libros dejaban algo nuevo en él. Y él dejaba su esencia en ellos.

Así que déjame que te cuente una pequeña historia. Y mientras escuchas, respira tan hondo que se rompa el aire, se cambien tus dudas y se escondan los miedos.

Todo se instalará en la memoria sin hacer ruido. Tocará con el corazón lo que los labios no alcanzan. Despertarán los párpados callados besando el aliento, abandonando el silencio y su río de palabras. Habrá puntos. Suspensivos, entre comas y finales. Empezar la historia por el final, para que al principio, nos sorprenda.  Seremos frutos del azar en los días que nos queden.

Porque tener sentimientos es de valientes. Os lo prometo: vivir, da sueños.

Con amor,

I.

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