Fantasías textuales y otras letras inventadas

Fantasías textuales y otras letras inventadas

Deberías descorcharme tantas palabras que están aprisionadas en mi boca,

para bebértelas emborrachándote de ellas sin piedad.

Fantasías textuales y otras letras inventadas

Último día del mes de Junio. Calor sofocante. Noches de insomnio que pueden ser calmadas con menos ropa, piel al descubierto, sentimientos deambulantes, aplicaciones en las que mostrar nuestro mejor perfil y que nos compre el mejor postor (o impostora) y mensajes subidos de tono. Con nocturnidad, alevosía y tiritas permanentes.

Te invitaría a entrar, pero hay camas donde dos son multitud. Abrir la mente no es fácil para esos cuerpos que a veces, necesitan de caricias como contraseña para salir de una rutina infernal. Para quienes disparan soledad hablando con las paredes o camuflan su frustración tras muecas amarillas que se visten de funeral en cada pausa tras el café.

He estado reflexionado sobre los amores de verano, los flirteos cotidianos, los cortejos naturales innatos del ser humano y las relaciones consentidas sin sentido que se mantienen por el simple hecho de sentir algo en lugar de no tener nada. Lo sé. Admitir que se fueron, que no están, o que no estamos donde queremos estar forma parte de este juego. Sí, podrás echar de menos, pero algo está claro: si la herida escuece es que aún, debe sanar.

No podemos culpar a nadie de lo que tiene o deja de querer, ni de cómo desea saborear eso que quiere llamar amor aunque sólo sea sexo. O ese encuentro furtivo que esperamos sea cotidiano porque poner nombres está demodé. Al final sólo somos personas, con nuestras circunstancias, con nuestros instantes lúcidos en medio de la locura que nos rodea, que pedimos y damos, no siempre en la misma medida.

Creí que ya lo había visto todo, pero eso, en los tiempos que vivimos, es prácticamente imposible. Ahora queremos todo ya. Consumimos el instante esperando que sea eterno. Creemos que ya sí, pero no. A lo mejor tu punto de encuentro no está en ese otro lado, pero atravesarlo supone asumir.

Podría hablar de mí. O de tí. O de cualquier persona que conozcas, porque siempre hay alguien así. Se ven, aunque no a simple vista. Están entre nosotros, camuflados con escudos oxidados, disfrazadas de damiselas en apuros, con silencios que hablan más que muchos o perdidos en medio de la selva urbana pidiendo alguien que les oriente a la parada más cercana. En la cola del supermercado viendo el vino que compartirán con su próxima conquista. O incluso en Tinder, detrás de unas palabras que describen las dobleces de las esquinas que queremos pasar.

El tema es que hacemos más caso a las letras que a las acciones. Si tu me dices ven, no dejo nada. Ven, me enseñas el camino y vamos juntos. Sin tí, soy. Contigo, somos. El corazón late. No me ates a un amor que no puedes hacer. Ni tampoco sentir.

Nos aprendemos la canción de memoria y la tarareamos sin necesidad de letra. Y claro, cuando desafinamos nos damos cuenta de que nos enamoramos de algo que realmente no existía. Ni existe. Sólo está ahí, en nuestro recuerdo. En lo que pudo haber sido y no fue. Ella. Él. En ellos, que pasaron por nuestra vida.

Ese galán de flor en la solapa que nos invitó a subir a un coche que llevaba a ningún lado. De esa princesa de altos tacones que vendían humo a cambio de subirle el ego y de los hombres desesperados que arrimaban el hombro al pecho que más calienta. De las mujeres que ofrecen sexo a cambio del abrazo de después. A las que prometen no necesitar un hombre pero trafican con el primero que les mira dos veces los labios sedientos de ternura. Las que se debanten entre A y C cuando la respuesta correcta es vé.

Da igual. La desesperación, la tristeza, la melancolía o los paréntesis entre el día y la noche siempre están ahí. Y si los condimentamos con mensajes de “te echo de menos” que quieren decir en realidad “necesito un abrazo que me recomponga”, hacemos todo un poco más fácil. Todo el mundo escribe lo que quiere y cada uno interpreta lo que necesita.

Besos de amor. De despedida. Besos de reencuentros y de pérdida. De Judas y virtuales. Besos de buenos días y de noches buenas. Con lengua y de tregua. En el fondo da igual. Sólo queremos chispas que prendan, que generen la energía suficiente para salir ahí fuera y ponernos la máscara que nos ayude a ser aquello que queremos ser.

Me suceden muchas cosas ahí en donde tú no ocurres. Eres mi fantasía textual más literal, que entre letras he ido creando a mi imagen y semblanza, con retórica, metafóricamente acorde a mis pausas, siendo la coma que me devora en cada causa, el punto sobre la í, o el suspense de un relato escrito a cuatro manos en los que queremos un final feliz.

Y después de todo, con el tiempo ya pasado, quién te juzgará por lo perdido. O por lo que ganaste jugando. Por aquí, ya va haciendo temperatura de ti. Y así, cada día empezar como si no pasara el tiempo. Ni la nada.

Un brindis. Por todas las letras que escribimos. Aquellas que quedaron en el cajón. Por las que formaron conversaciones infinitas hasta el amanecer. Tiempo empleado en mentiras que nos hicieron volar, donde el miedo a caer da menos pánico. Y por las que salen a la luz, aunque sea de la luna.

Nos leemos,

I.

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