Hombres despechados, mensajes de WhatsApp y Egos varios

Hombres despechados, mensajes de WhatsApp y Egos varios

«Eres el hombre de mi vida, pero es que ahora me vienes fatal»

Sara Herranz

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Aquí estamos. Sí. Un café, unas letras y muchas palabras por decir. Si de algo sé precisamente es de ir hilvanando unas con otras y terminar por creerme esas historias que yo misma escribo. Lo que sucede es que de la imaginación a la realidad siempre, fallan los nombres.

Que me perdonen los hombres que se ofendan con mis palabras porque lo hice con toda la intención. Al final le voy a coger el gusto a esto de ir tirando indirectas como balas y a quien le de, que pida ayuda, que seguro la necesita.

Yo no soy así. Lo reconozco. Antes era toda una yegua domada, recatada, que pretendía vender la casta de «niña de bien» que nos han ido inculcando a la mayoría de las mujeres desde pequeñas. Porque a las rebeldes, les espera la soledad aplastante de no encontrar un hombre que quiera estar con ellas. Ya…

Otros dicen que son abanderados de la causa de la mujer revolucionaria. Sí, la bandera en alto pero lo único que quieren alzar es el mástil que con la edad, aunque les cuesta más, sigue pidiendo el mismo combustible que en sus años mozos.

Ahora soy más indomable que una llama recién encendida. Pero que de un soplido me apagas. Como los deseos. Y ahora que estoy aquí delante del mejor amante que he podido tener en mi vida (mi querido portátil), sólo me sale una sonrisa con la hilera de letras del alfabeto que vamos tachando para no equivocarnos. Ni muchos ni pocos. Los que estuvieron porque o bien les invitaste a entrar o bien, abrieron la puerta ellos solos usando las artes oscuras de la seducción que durante tantos años les ha venido de maravilla.

Cuántos corazones heridos y rotos en estos tiempos, ¿verdad?. Lo bueno, amigas mías, es que algo roto solo corta. Usemos como arma aquello que usaron como escudo.

Hoy os voy a hablar a vosotros (otro día dedicaré el tiempo a escribir de nostras), de vuestras heridas, egos rotos, miedos, frustraciones y mochilas llenas (mas o menos, depende del consumidor) de relaciones pasadas, en parte fracasadas y no asumidas. Porque los hombres no lloran, aunque las lágrimas se escapen en la noche cuando nadie os ve y los fantasmas os arropen después de apagar el móvil.

Sois frágiles, dóciles y llenos de amor. Nunca lo he dudado. Pero ese papel no se os da bien. Os enseñaron a decir amor cuando queríais decir un polvo de una noche. Nos dijisteis que no estabais preparados para una relación cuando terminabais de poneros los calzoncillos perdidos en algún rincón de la habitación. Os enseñaron a que teníais que conquistarnos y nosotras a hacernos las duras damiselas que elegían al príncipe azul que desteñían cuando lo tocabas dos veces.

Miro en esos ojos y aún puedo leer los prejuicios que os han ido vertiendo la sociedad, aquello que os dijeron que se esperaba de vosotros. Y cuando se fracasa, porque es inevitable algunas veces, os calzáis las botas y os pensáis gatos tras su presa.

Una herida al corazón no se tapa con una tirita de labios rojos y altos tacones. Ni con una copa de vino una noche de sábado en cualquier local de turno. Tampoco en una cama nueva en una habitación que aún susurra el nombre de tu ex, o de cuyos pasillos quisieras que saliera en algún momento. O no. Pero es que sentí que en no eramos dos, sino tú, yo y su recuerdo. Y en esos tríos no hay tiempo que valga. Ese asalto está perdido antes de quitarse la ropa.

El problema a lo mejor está en que queréis mucho y amáis muy poco. En el que pensamos que sois adivinos y sólo hacéis magia cuando usáis esos viejos trucos que aunque nosotras ya nos sabemos, miramos para otro lado y ponemos cara de sorpresa. Se nos da tan bien mentir, que terminamos por enamorarnos de nuestras falsas expectativas.

Os metemos a todos en el mismo saco y quizás por eso creemos que encontrar el nuestro es como encontrar una aguja en el pajar. Lo malo de eso es que tocamos sin querer y terminamos por pillarnos del primero que nos roza. No siempre es así, pero hay veces que lo usamos como mecanismo de defensa. Lamemos las heridas y luego nos recomponemos de nuevo el pelo y aquí no ha pasado nada.

Tenéis sentimientos. Quien diga que no, no os conoce. Quien diga que sí, tampoco.

Mis queridos hombres despechados, de los que vais a pecho descubierto cual guardián de su princesa encerrada en lo alto del castillo: no necesitamos a nadie que nos rescate, que la llave la tenemos en la mano. Nos gusta veros en acción. Pero empecemos por llamar a las cosas por su nombre.

Suspiro. Los mensajes de WhatsApp los carga el diablo con toda su intención. Y quizás, lo que empiece con un sutil mensaje de cortesía, desemboque en una tormenta de palabras que vomitadas sobre la persona correcta provoque un tsunami de emociones. Que fue bonito mientras duró. “Érase un vez». Pues no. Es y será. De eso se trata.

Os leo en breve. Os besaré cuando toque. Os recordaré siempre como nunca.

I.

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