«En el amor no hay inteligencia ni estupidez.
El amor es como un aroma, como una corriente, como la lluvia.
Sabes, cielo mío, tú llueves sobre mí y yo, como la tierra, te recibo…»
Carta de Frida Kahlo a Josep Bartolí.
Fortalezas, debilidades y relaciones sanas
Según la RAE encontramos diferentes definiciones entorno a una palabra de 4 letras que en cuanto la buscas en Google te da aproximadamente 3.720.000.000 resultados en 0,50 segundos. Sí, estoy hablando del AMOR.
Siempre hablamos de ese sentimiento como algo que no podemos manejar, como si en sí fuera complicado, difícil o imposible de alcanzar. Llegamos a sufrir o hasta a matar en su nombre. Sin embargo, pocas veces analizamos con consciencia tanto lo que es mostrar el amor a los demás de una forma sana como lo que es recibirlo.
La relación de amor más profunda, fuerte y complicada que vas a tener a lo largo de tu vida va a ser contigo misma. Eso deberíamos tenerlo muy claro pues nos ahorraría muchos calentamientos de cabeza. No es la primera vez que incluso llegas a anteponer a los demás antes que a tí misma.
Porque parece que somos egoístas si nos ponemos como prioridad, por decir que no, cuando muchas veces es más un acto heroico. Nuestro amor propio, cómo nos tratamos, aprender a soltar…
¿Acaso no has pensado alguna vez que si no te quieres bien, no vas a poder querer bien al otro?
¿Incluso no seas capaz de aceptar el amor que mereces realmente y te quedes estancada en una relación o pseudo relación mediocre y que no te da lo que realmente quieres, por miedo a perder ese «algo»?
Tener una relación sana parece más complicado hoy día por la falta de empatía, responsabilidad emocional y afectiva, por ir saltando de una persona a otra como si los sentimientos no importaran e incluso viviéndolo con ansiedad.
Pero en realidad la culpa no es de la emoción en sí, ni del propio amor, sino de cómo nos manejamos y de cómo somos capaces de aceptar lo que realmente no queremos y conformarnos. O de estar más tiempo con alguien al lado que sabemos, tiene fecha de caducidad.
Cada persona está librando su propia batalla, llevando su propia mochila con sus fracasos, sus expectativas o sus necesidades.
Muchas veces, cuando he hablado con mis amigas sobre este tema, se ha repetido la necesidad de «encontrar a alguien normal», como si lo que nos rodeara fuera la anormalidad.
Posiblemente nos topemos con personas que no están en ese mismo punto, que no quieren o no necesitan en ese momento en su vida lo que deseas tu. Y eso está bien, siempre que las cosas queden claras desde el principio.
Sin embargo: ¿Cuántas veces hemos tratado de cambiar nuestras expectativas, de aceptar aquello que no, por no perder a alguien, o incluso, ser infieles a nuestros principios por seguir manteniendo a la otra persona a nuestro lado?
Una relación sana se construye entre dos personas que saben lo que quieren, que se encuentran en ese mismo punto y que trabajan por mantenerlo.
El amor no es una lucha que nos deja exhaustos, que nos falta al respeto, que nos coarta la libertad o por el que tenemos que fingir ser alguien que en realidad no somos. Se trata de ser, no de parecer.
Se aprende porque se trabaja. Supone enfrentarte a veces a tus miedos y decir: «prefiero estar sola que con alguien que no valora mi presencia». Escuchar la intuición, anteponernos a lo que otros esperan que seamos o que hagamos.
Si cuidas lo que eres, podrás dar paso a que vengan y se queden los que realmente estén dispuesto a ello. Y a discernir si es lo que te apetece en ese instante de tu vida y si te hace feliz.
Amor no es necesidad, ni miedo. No es tratar de ser una persona que en realidad no existe, ni traspasar nuestros límites. Es sentir calma, paz, conexión y mirar al horizonte con las mismas ganas.
Si hay que forzarlo, ahí no es. Cuando sientas que no, hazte caso. Y deja al miedo a un lado para atreverte a ser feliz, sin tantos artificios. Créeme: lo que sucede, conviene.
Nos leemos en breve. Con amor,
