La contingencia de la piel,
imprecisa la línea que devora tus mapas.
Walter Belfiore
Un surco. Un repliegue. La cicatriz. Esa hendidura donde siempre reparas cada vez que rozas tu piel. Pigmentación natural. Lunares de tiempo. Historias detrás de cada poro. Raíces hasta el corazón. Soplas y despiertas. Acaricias y lo duermes todo.
Así estamos. Detrás de máscaras escondiendo nuestros miedos, nuestras pasiones, la incertidumbre y la volatilidad del tiempo que llevamos a nuestras espaldas. Con guantes de acero para quien se acerque. Con tacto de seda para quien venga a desnudarnos.
Ahora sólo somos palabras. Las que decimos y también las que hemos dejado sin decir. En el aire. Una copa. Dos besos. Tres actos.
No deberíamos disculparnos por tener esa necesidad de contacto, aunque ahora sea un acto suicida. Ni tendríamos que tener sed de acercarnos para beber del recelo por lo que nos rodea.
Estamos hambrientos de piel. De lo prohibido. De lo que nos dicen que no.
En este tiempo todos hemos pensado que el reloj es muy relativo.O que el calendario parecía infinito en el horizonte. Nos hemos dado cuenta de que aquello que dejas por hacer es de lo que más te arrepientes.
Por eso, al final, terminamos hambrientos de piel, de abrazos, de caricias y de cercanía. Da igual la edad que tengas, dónde te encuentres o de las personas que te rodeen.
Porque estoy descubriendo en estas fechas en las que la vida se hace de la puerta de casa para dentro, que a muchos se les cae el techo encima, da igual si están solos o acompañados. Que buscan a cualquier hora un latido en cualquier parte de la geografía que les aleje de sus miedos.
Mujeres, hombres, personas. Da igual. Todos tenemos las mismas necesidades y las mismas ganas. Lo que sucede es que cuesta decirlos en voz alta. Y preferimos susurrarlos a algún desconocido que pase por ahí.
Basta con quedarnos en silencio y escuchar esos susurros que aún quedan volátiles en el ambiente. Como el perfume que perdura una vez te marchas, inundando la habitación. Igual que las palabras que se lanzan y se clavan en el corazón.
Hay vida para todos aquellos que aún creen en ella. Respirad. Todo pasa. Todo llega. Y todo te atropella de algún modo, casi sobrenatural.
Nos leemos en breve. Con amor,
I.