“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza
aquello que no sale del corazón”.
Mario Benedetti
Huir o no huir: Esa es la cuestión.
El cielo está gris. Plomizo. Hay un abismo entre el mundo de fuera y este, donde me encuentro. Kilómetros de distancia a pesar de estar rodeada de personas. Cada uno tratando de dispersarse hacia su refugio, tratando de convencer (se) de que las cosas son como son. Tratando de que no les hieran más de lo que la máscara les oculta.
De vez en cuando me gusta disparar. A bocajarro. Como me enseñaron los pájaros que ahora buscan su nido donde reposar sus vuelos. Sí. Una bala impactando sobre un chaleco salvavidas que te golpea y deja un traumatismo que te recuerda que hay cosas que no te atraviesan pero te duelen. No te matan, pero te hieren. Y en cada sonido ensordecedor, seco, que se te mete en lo más profundo de los tímpanos, queda el silencio del eco. ¿Escuchas lo que quiere decir?
Miradas que son de mortal necesidad. Caricias que resucitan a los sentimientos más muertos, ocasos que, si acaso, unos cuantos sabrán apreciar como se merece en cada puesta de sol. Días que no saldrías de la cama y noches que te revolcarías en ella. Nombres. Hombres. Mujeres. Seres. No lo llames amor cuando quieres decir miedos.
Miro a mi alrededor y veo que las señales nos enfocan hacia el camino. Da igual si es parar, girar o ceder el paso: al final todos huyen a una dirección. Solos o acompañados. Igual da si es camino malo conocido o bueno por conocer. No importa si las señales nos indican que por ahí no es, que habrá exploradores que con su gran mochila a cuestas se adentrarán en la rutina, que a pesar de querer, no pueden. O que después de implorar que se cumplan sus sueños, una vez los tienen delante, sienten pánico a que alguien se lo arrebate, o a sentirse decepcionados.
Los caminos que se desdoblan para enseñarnos que no es el destino sino quien te acompaña. Que no es la duda, sino quien te la provoca. No es el tiempo sino lo que haces con él. Los besos y quien te sonríe. Los sueños y quien te los hace realidad.
Huir o no huir: esa es la cuestión. Pero, ¿hacia dónde?
Se está levantando algo de viento, el mismo que se mete en nuestras alas. El que nos sirve de brújula. Tengo presentimientos, de esos que no sabes muy bien por dónde meterles mano. De los que no sabes si quieres escuchar o no. Como esa tormenta que lo mismo te asusta que te encanta.
Saber de ausencias y de la propagación del silencio, de la volatilidad de los labios con olor a destierro, del sol sin brillo en los amaneceres inquietos, de los lechos vacíos y de la cumbre lejana donde algunos huyeron y dejaron volar sus sueños, que otros, sin miedo, alcanzaron.
Nos leemos en breve,
Con amor,