De palabra, obra y acción

De palabra, obra y acción Reflexiones

«Quiero hechos, no palabras.
Si quiero palabras, me leo un libro»
Frida Kahlo

De palabra, obra y acción Reflexiones

¿Qué extraño misterio provocan las palabras en nosotras que hacen que nos atrapen? ¿Por qué nos aferramos a un simple verbo en lugar de un acto? ¿Es la evidencia aquello a lo que realmente debemos rendirnos?

Ha sido justo al hablar con una amiga cuando he hecho «clic» y me he dado cuenta de que son las palabras por donde empieza prácticamente todo. Al poner un título o nombre ya nos creemos que es de nuestra propiedad. O esperamos que esa persona se comporte de una determinada forma. Nos pertenecemos en el grado en el que le otorgamos valor y significado a cuanto nos rodea.

Al final, las palabras no dejan de ser eso: un modo inicial de esperar, de ser, de responder. Algo así como un «soy en la medida que me nombras, respondo al cómo y no tanto al quién». Y los dilemas se presentan vestidos o desnudos, pero nos llegan.

¿Nos duele más un insulto o una bofetada? En cuanto a lo que provoca, sabemos que quizás la palabra lanzada, ese dardo envenenado, esa ausencia de respuestas, el sonido desgarrador que nos parte el corazón y el alma, tardará en cicatrizar más tarde que ese golpe, que ese morado o esa rojez.

Aunque también reconozco que los hay que les gusta hurgar en la herida, que llegan a no querer que termine de no doler del todo porque la ausencia de dolor implica en cierto grado, la ausencia de ese algo/alguien que nos lo provoca.

La memoria llega a ser selectiva. Y nos queremos alejar, pero buscamos a la desesperada una señal. Pensamos que el tiempo todo lo cura, pero no. Tampoco nos da respuestas. Queremos que sí o sí nos deje de doler o nos provoque esa ilusión. Nos llegamos a preguntar por qué quieres y no puedes, o por qué puedes y no quieres.

Quizás esperamos encontrar fuera lo que tenemos dentro. No nos gusta escuchar lo que nos repetimos, preferimos el sonido de las sirenas, los espejismos ilusorios, las ideas preconcebidas y los letargos intermitentes.

Buscamos refugio en las palabras. Pero mendigar acciones, esperar que la otra persona responda a nuestras necesidades, sentir que somos al final, marionetas esperando. La vida en definitiva, como si no nos perteneciera y quisiéramos que quien nos provocó la herida, sea quien nos la cierre.

Pero no. Todo se contagia: las emociones, las palabras, las acciones, sonidos y silencios. Nada es definitivo. Todo pasa. Todo sanará.

Y para los principitos que no pueden dormir porque siguen desorientados en planetas equivocados donde se han quedado a vivir, a las damiselas en apuros que se enamoraron del malo de la película, a quienes van de valientes pero su propia sombra les asusta, o a los que se quedan inmóviles en mitad del camino porque todo les parece una amenaza; permitidme que os diga una simple cosa: con el tiempo todo pasa. Y lo que más pasa es la vida.

Nos leemos en breve.

Con amor.

I.

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