Soneto a la última tarde de sábado de septiembre.

Soneto a la última tarde de verano de septiembre

«Lo más difícil de aprender en la vida es
qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar.»
Bertrand Russell

Soneto a la última tarde de sábado de septiembre

Soneto a la última tarde de verano de septiembreVomitar palabras en un amago de resurrección. Querer sentir algo y no lo contrario. Confiar en que la lealtad sigue siendo inquebrantable y la fidelidad no un trabalenguas. Pensar que todo lo que fue se sintió y no quedó sólo en una interpretación banal. Creer que a pesar de mis metáforas y aforismos, entiendes todo lo que quiero decir aunque no me interpretes.

Soy como un jeroglífico a punto de ser resuelta. Como esta vela que se va consumiendo y a su paso, va dejando una maravillosa fragancia que no volverá a ser la misma nunca más. Como el vaso que la contiene, que se calienta pero no estalla en mil pedazos. Que resiste en cada embestida de la vida, vestida de negro, de un luto al que los seres pluscuamperfectos no se acostumbran.

Ese poema que no termina de rimar. O esa letra que tarareas de mala manera pero que parece sonar igual que la original. Empezar un libro y no terminarlo porque sólo nos hemos quedado en las primeras páginas. Seguir un camino pero no llegar hasta el final porque nos hemos cansado antes. Terminar un postre para dejarlo en la vitrina a que los demás contemplen nuestra maravillosa obra de arte.

La vida, en general, siempre nos sorprende. Y vamos por ahí con unas enormes gafas selectivas que nos hacen centrarnos en las puestas de sol pero no en los gélidos amaneceres. Que nos invitan a relajarnos una tarde de lluvia preciosa pero no a que nos detengamos debajo de un buen refugio cuando empieza la tormenta.

Qué fácil se nos hicieron algunas cosas y qué complicadas mantenerlas. Qué difícil respirar cuando se nos va el verano, entre las manos, soltándonos despacio, advirtiendo que eso que conocemos no será igual que antes. Y yo, tratando de averiguar silencios, comas y camas ajenas. Espacios en blanco y espacios siderales que separan aunque estemos relativamente cerca.

Una letra detrás de otra no forman una historia. Ni un beso detrás de otro forman una relación. Qué poco nos enseñaron de la vida y qué improvisación más maravillosa llevamos a cabo cada día que estamos aquí.

Soy de intensidad huracanada. No previsible en absoluto aunque muchos piensen que pueden leerme los labios entre líneas. Soy capaz de mirar más allá y comprobar aquello en lo que nadie repara. Observar donde otros viven con prisa.

Deseo que me interpreten lento, que me dejen espacio para mis alas, que a pesar de la calidez de una mirada, se queden anidando en ese lugar en el que pocas veces dejamos entrar a otras personas, el que preparamos con tanto cariño.

Última tarde de sábado de Septiembre. Y el tiempo nos acompaña, como lo hace cada día. Cambiarán los días del calendario, el paisaje que veamos y nuestra forma de hacerlo, pero no ese sentimiento, esa intuición que no nos falla, que no nos deja, que nos susurra al oído.

Quitarnos la venda y arrancar las verdades a puñados. Que nos desnuden y ver su reflejo en cada cicatriz. Que nos abracen y sentir que aunque el hueco que queda está hecho a nuestra medida, ahí, no parece que encajemos. Querer y que sea de verdad. Amar y que sea a ciencia cierta. Sentir y que sea mutuo. Volar y que sea en la misma dirección.

Gracias. Por estar. Leerme. Por interpretar. Porque si una palabra lanza dardos, un silencio hace pleno en el corazón.

Nos leemos en breve. Con amor,

I.

Soneto a la última tarde de sábado de septiembre

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