A ti podría decirte que para mí cualquier lugar es mi casa si eres tú quien abre la puerta.
Elvira Sastre.
Qué ganas y qué necesidad de volver a sentarme delante del pc en mi rinconcito después de unas semanas tan estresantes.
Por fortuna todo llega y todo pasa. Y sin duda, quería tener tiempo de disfrutar, relajarme y aprovechar para hacer esas cosas que por unos u otros motivos dejamos a un lado.
Con el paso de los años he descubierto que tener ese pequeño templo en el que nos sintamos bien requiere no sólo de un esfuerzo económico para hacerlo confortable, cálido y agradable, sino también de tiempo y cariño.
He comprobado que el hogar, ese habitáculo de paredes, recuerdos y partes de nuestra vida, es un pequeño reflejo de lo que llevamos dentro.
El alma del hogar es lo que realmente hace que al entrar en un determinado lugar te den ganas de quedarte, donde te sientas feliz, cómoda y segura. No se trata de propiedades sino de la esencia.
Esto me hizo reflexionar y pensar que en el fondo, somos hogar con lo que hacemos. Podemos estar en un pequeño apartamento de unos cuarenta metros cuadrados o en una casa de trescientos, que en realidad, nos encontraremos al abrir la puerta lo que llevamos dentro.
Por eso si vamos a un hotel, a una perdida casa rural o hacemos una excusión y no sentamos encima de una piedra a tomarnos un bocadillo, sentiremos que estamos en el lugar adecuado porque la paz ya se encuentra en nosotros.
El alma es lo que nos contiene. Por eso hay personas vivas que parecen muertas, como si alguien o algo les hubiera quitado la felicidad, la alegría y los motivos para respirar.
La dedicación a crear un hogar, saber construirlo, mantenerlo y cuidarlo es parte de quienes lo habitan, las personas con las que compartes tu día a día, o si vives sola, el cariño con el que tratas lo que te rodea para hacerlo tuyo.
Como cualquiera, es necesario disponer de ese tiempo para limpiar, decorar, mover las cosas, evitar el ruido visual, crear una armonía en lo que te rodea…
La vida pasa muy rápido. En un abrir y cerrar de ojos todo cambia. La rutina forma parte de este huracán de días frenéticos, de agendas repletas de cosas…
Pero siempre nos gusta volver a nuestro hogar, a rodearnos de la calidez que nos ofrece, donde sentirnos en nuestro «yo» más auténtico.
Estos domingos soleados, aprovechar para poner orden, disfrutar, conectar y reconectar. Alimentar nuestros momentos más íntimos y disfrutar del placer de hacer prácticamente nada. Tumbarme en la cama y oler las sábanas recién puestas. Encender incienso, regar las plantas o leer unas páginas de un libro.
Mantener el equilibrio. Porque muchas veces es necesario perderlo para volver a nuestro centro.
Nos leemos en breve.
Con amor,
