«A cierta edad, un poco por amor propio,
otro poco por picardía,
las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear».
Marcel Proust
La semana pasada tuve la suerte de poder hacer un curso de inteligencia emocional. Llevaba literalmente dos años esperando para poder hacerlo. Convocatoria tras convocatoria lo solicitaba pero no había suerte. Y por casualidad de la vida, junto con otras cuatro compañeras de trabajo, nos dieron plaza.
Habíamos escuchado muy buenas críticas sobre la profesora y el curso en sí y teníamos unas altas expectativas con respecto al mismo. Y os puedo asegurar que además de aprender mucho, lo pasamos muy bien, nos conocimos aún más y salimos de la rutina del papeleo constante en el que nos hemos sumergido en estos últimos meses.
El caso es que en una de las muchas actividades que realizamos una de ellas era hablar sobre alguien que nos hubiera inspirado o a quien admiráramos. Y os puedo asegurar que mientras veía a mis compañeras escribir sin parar, yo me había quedado completamente en blanco. ¿A quién admiro yo como para que sea un referente en mi vida?
Quitando a nuestro entorno más próximo (como familia, amigos etc) todo el mundo tenía a algún referente de personaje histórico y/o famoso que o bien desde pequeña le había fascinado, admiraba o le gustaba.
Pero es que a mí eso no me ha pasado nunca. Ni siquiera cuando era pequeña sucumbí a forrar las carpetas con nadie o tener en mi habitación a alguien en tamaño póster. Simplemente he vivido muy a mi aire. No sé realmente lo que es ser «fan».
Sin embargo, conforme me he ido haciendo más adulta, he encontrado personas que han aparecido en mi vida en el lugar correcto y en el momento adecuado y han conectado con esa parte de mí porque era lo que quería encontrar. Y bien por medio de charlas/conferencias o de libros, he sentido que el mensaje que me llegaba encajaba conmigo. No era yo quien buscaba sino que eran ellos los que aparecían. Y eso era simplemente porque estaba receptiva para encontrar.
Hay muchas personas que inspiran. Están los que lo hacen por medio de voz y que casi todo el mundo conoce porque en cierto modo, se dedican a ello. Pero también hay personas que hacen gestos diminutos o pequeñas hazañas, cambiando la vida de otros.
Incluso con una simple palmada en la espalda para animarte a seguir, sin olvidar los que te ayudan a ver esa luz al final del túnel cuando nos encontramos rodeadas de oscuridad. Quienes te envían un mensaje para decirte que se han acordado de ti…
Y es que con todo ello lo único que quería deciros es que muchas veces no nos damos cuenta de que podemos ser un modelo de inspiración para alguien. No llegamos a alcanza en dimensiones lo que podemos cambiar el mundo de las personas sin habérnoslo propuesto.
Os puedo asegurar que en nuestro entorno más cercano siempre hay alguien que piensa que ha tenido mucha suerte de que hayas aparecido en su vida. Pero es que si miras en el fondo de tu interior, posiblemente tu también tengas una pequeña lista de personas que te han tendido la mano cuando más lo necesitabas y has querido ser como ellas.
Así que volviendo al inicio de este post, me di cuenta en esos cinco minutos que duró el ejercicio del curso de Inteligencia Emocional de que posiblemente, no tenía a nadie famoso en mi vida que hubiera reunido esas características.
Pero sí tengo la fortuna de haberme rodeado de personas maravillosas que me han inspirado. Personas que me han recomendado leer un libro. Otras que me han recordado lo mucho que he conseguido. Incluso las que en ese instante no, pero más tarde te das cuenta de que sí.
Sembramos semillas en las personas que crecerán según se cuiden. Según les hablemos. Serán en la medida que seamos con ellos. Seremos en función de cómo nos hayamos sentido. Y se quedarán el tiempo que dure.
Nos leemos en breve. Cuidaos mucho! Sois inspiración.
Con amor,
