“No es un pequeño paso,
es un camino que eliges”.
Raquel Beck
Madrugada de un día cualquiera. Fechas que se acercan. Corazón que no deja de latir.
Hablando estos días con mi amiga L. comentábamos mucho sobre la falta de responsabilidad emocional, cómo no nos enseñan a gestionar las emociones y también, el problema que genera el no saber cómo hablar con la otra persona en cuanto hay sentimientos de por medio.
Creo que al final muchas personas se han acostumbrado a vivir sin saber cómo sentir. Pero también sin ser conscientes de cómo podemos llegar a hacer sentir al otro.
Relaciones que no sabemos cómo definir porque tampoco sabemos muy bien qué son. ¿No será todo más fácil de lo que pensamos? ¿Por qué nos empeñamos en tratar que algo funcione a toda costa? ¿Por qué un para siempre hipotecado que una ilusión construida día a día?
Quizás, querer enamorarse de alguien y que ese alguien también lo haga, sea una forma de no quererte tú. O de querer egoístamente al otro. Y tratar de permanecer más tiempo cuando ya no hay motivos para estar, es también negarnos la oportunidad. No es cuestión de cantidad sino de calidad. Y de sentir.
Hay mucha falta de amor propio. De saber estar con uno mismo. De darse tiempo para recomponer las ruinas en las que quedamos tras tormentas que otros nos han provocado porque quizás, les dimos el aire suficiente como para que se volvieran huracanes en nuestro propio refugio.
Quererse o no; esa es la actitud. Si piensas que tu corazón o tu vida están en desahucio, posiblemente cualquiera que se ofrezca a ocuparlo te parecerá una buena idea. La primera persona que se acerque a preguntarte cómo te encuentras creerás que es una señal del destino que deberás de interpretar como «la elegida».
Desgraciadamente nos empeñamos en que las cosas funcionen, que las personas sean y que las situaciones sucedan de la forma que realmente nos apetece. Y nos saltamos pasos a toda costa, adelantando finales o avanzando en la película sin saborear de cada escena.
Lo sencillo, sano y natural es estar con alguien desde la elección y no desde la ansiedad. También debemos aprender a estar en soledad (elegida) con una misma. Y cómo no, abrirnos a nuevas posibilidades desde la calma, el agradecimiento y lo que nos aporte.
Cuando te provoca ansiedad, te pone en la posición de «culpable», recrimina-reprocha cómo eres, incide en tus decisiones con manipulación y chantaje emocional, te genera malestar contigo misma y no te permite ser feliz, ahí no es. Y amiga, ahí no va a ser. No es que sea adivina. Es que lo vemos todo venir. Y tú no quieres.
Parar. Ver, donde no te habías parado a mirar y darte cuenta de que quizás, llevabas un tiempo buscando algo que ya te había encontrado. No hay que perseguir a quien se aleja. Cuando alguien te quiere, elige estar contigo a pesar de poder estar sin ti.
Que el fin del día te pille sonriendo. O buscando excusas absurdas para que ese mensaje te llegue de vuelta. O pensando en volver a verle. Sintiendo el despertar mágico de un cuerpo entumecido por los desengaños. O cómo una caricia te sorprende con los ojos cerrados y sin argumentos para rebatir.
Ojalá todos tus prejuicios salten por los aires cuando alguien te enseñe que las cicatrices son el tatuaje que la vida nos hace sin pedir permiso. Y que alguien, sin pedírselo, se enamore de ellas. Que te las bese con tanta ternura que las convierta en el mapa de regreso cuando te creías perdida.
Y que en medio de la incertidumbre que tantas noches te ha arropado, alguien custodie tus miedos. Y cuando menos te lo esperes, ante cualquier duda, los asuste con un beso. Y a quien no te provoque incendios, un jarro de agua fría.
Y a ti: en un abrazo largo sabrás todo lo que aún no te he dicho. Tú. A mí. Dejarme sin palabras. Quién lo diría. Aunque cuando me miras ya sabes que te pienso.
Sed felices. Nos leemos en breve.
Quererse o no; esa es la actitud.
