Reflexión sobre violencia de género y relaciones

Reflexión violencia de género y relaciones

Me estremece ver la ola de violencia que nos rodea cada día más, sobre todo porque se hace más visible algo que está ahí siempre, latente, camuflado, casi escondido. Lo que nos llega por los medios de comunicación es solo la punta del iceberg, de toda esa enorme montaña de violencia de todo tipo que bajo nombres diversos sólo evidencia algo común: estamos fallando como seres humanos.

Después de la encuesta que hice en mi Instagram el otro día, no lo dudé. Quizás es necesaria una pequeña reflexión que siempre se va a quedar corta porque este tema da para largas conversaciones y muchas cuestiones.

Pero en mi post no voy a definir la tipología de violencia de género. No pretendo aportar más de la teoría de la que ya hay por la legislación vigente actual desde cada rincón desde el que me estés leyendo. Simplemente quiero hacer una reflexión sobre violencia de género y relaciones en voz alta. Algo así como una pequeña lluvia de ideas y que te suene si lo estás viviendo o conoces a alguien que pueda estar siendo víctima de ello.

Y es que la violencia de género, es entendida como la ejercida de un hombre hacia una mujer con una vinculación sentimental, dado que de otro tipo estaríamos encuadrando otra tipología de violencia. Es mucho más difícil de detectar cuando la enmarcamos en el ámbito psicológico aunque al final, todas están unidas en un punto común: destrucción de la otra persona.

Porque la violencia de género en las relaciones actuales se basa en condicionantes muy concretos. Y las redes sociales aún tienen mucho más que ver. Es como si hubiéramos extendido las posibilidades de poder ejercerla.

La violencia de género pasa por muchas fases y/o etapas.

¿Y si hablamos de esas banderas rojas? Porque a veces las dejamos pasar, las toreamos de la mejor manera posible tratando de no verlas. Cuando te mienten a la cara y tratas de justificar esa actitud. O cuando te menosprecia o infravalora tus capacidades. Cuando trata de controlar tus amistades, tu ropa, el tiempo que le dedicas al trabajo o a tu ocio. Incluso cuando no te contesta porque sabe que esa incertidumbre te corroe por dentro. A veces incluso «vigilando» quiénes son tus amigos, o escondiéndose detrás de la puerta de tu casa. Idas y venidas que hacen de dejes a un lado tu vida par centrarte en la del otro.

Es como si la obsesión fuera parte ya de tu día a día. Vives momentos de altos y bajos con la otra persona pero también contigo misma: ¿Soy yo, que no estoy haciendo las cosas bien? ¿Tengo que controlar mi actitud? ¿Por qué a las demás les va bien y a mí no? ¿Por qué tengo que superar tantos obstáculos para llegar a ser feliz?

Pueden parecernos exageradas ciertas cosas pero lo real es que no lo son. Porque te quitan tu paz. Y la de la familia y las personas que te rodean. Empiezas a tener miedos, no puedes ser tú porque parece que el simple hecho de mostrarte tal cual eres, es un verdadero problema para la otra persona. Y te adaptas, te amoldas. Vas haciéndote más pequeña hasta que hablar es un conflicto porque nunca dirás las palabras correctas, ni entenderás cómo le haces sentir con tu fatídica actitud. El físico siempre estará ahí. No vas a ser perfecta. Te sobrarán kilos y te faltarán más de algún lado. Te comparas y el espejo puede llegar a convertirse en tu peor enemigo. Llegará el día en el que te harás muda y simplemente asentirás con la cabeza.

Y en el sexo querrá controlar él. Porque eso es cosa de hombres. Se practicará el sexo cuando él diga y de la forma que diga. No se te ocurrirá proponérselo tú. Haréis lo que a él le apetezca. Incluso propondrá unilateralmente qué tipo de método anticonceptivo debes tomar. Porque a él «le corta el rollo un preservativo» o «quizás deberías ponerte un diu». Así, en general. Porque él controla. TE controla.

Esas sospechas empiezan a extenderse al grupo más cercano e incluso la familia empieza a ver actitudes y comportamientos raros. Pero siempre hay mucho más de lo que se ve, porque si algo caracteriza a las víctimas de violencia de género es que aprenden a ocultar y a interpretar el mejor papel de su vida.

Qué difícil es diferenciar el amor del maltrato llegados a un determinado momento de la relación tortuosa. Quizás si lo sabes, pero no sabes cómo salir de ahí. Te da miedo. Te faltan fuerzas, las que te ha ido él quitando poco a poco y con las que has tenido que luchar.

Qué complicado nos lo hacen ver a cualquier edad. Porque si bien es cierto que asombra la cantidad de jóvenes que viven inmersas en relaciones con personas tóxicas, siendo alguien que en realidad no son para gustar, callando cosas que deberían hablarse y comunicarse de una forma sana y abierta, y así un largo etc, el maltrato no tiene edad, ni entiende de clases.

Reconozco que he visto, vivido y sufrido muchos tipos de maltrato a lo largo de mi vida por situaciones muy cercanas o porque a nivel profesional se me han presentado al otro lado de la silla. Y cuesta ver los rostros de las víctimas. Imposible no empatizar y comprender por lo que están pasando. El golpe que más duele no es siempre el que más fuerte se da, sino el que más profundo se siente.

Por eso, aunque cueste, aunque a veces tratemos de explicarnos o autoconvencernos del SÍ a toda costa, pongamos nuestra paz y nuestra tranquilidad por delante de todas esas historias que nos han vendido.

Es verdad que uno no elige a veces de quién se enamora, pero sí de quién se aleja.

Y si alguien de las muchas mujeres que me estáis leyendo estáis sintiendo, viviendo o conocéis a alguien así, pedid ayuda. Siempre hay luz al final del túnel. El amor propio es la respuesta. ❤️

Nos leemos en breve. Con amor,
I.

P.D. Tened un momento a solas con vosotras mismas. Y escuchad a vuestra intuición.

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