«Tan lejos y tan cerca como enero y diciembre».
Joaquín Sabina
Llevo hablando este finde con una amiga sobre cómo muchas veces somos capaces de tapar esos instantes de soledad (prolongados en el tiempo o no) con presencias que con el tiempo, son más ausencias.
Y es que, sin llegar a caer en la tentación generalizada sobre la falta de responsabilidad afectiva, cómo nos lanzamos de unos brazos a otros, cómo olvidamos lo prometido una vez satisfecho nuestra curiosidad, instintos o necesidad más primaria, al final, cerramos la puerta y ahí estamos: tal cual.
Es que Maslow tenía razón. Llegado un momento en nuestra vida en el que teniendo a nivel fisiológico y de seguridad todo cubierto, aspiramos a mucho más, generalmente a todo aquello que creemos nos falta y, curiosidades de la vida, no podemos comprar.
No se trata de hombres o mujeres, sino de echar de menos aquello que creemos que necesitamos y no tenemos. De poner el objetivo en lo que si, pero ahora no. Un corazón con una ventana abierta, un trozo de ti esparcido en habitaciones contiguas.
Se alquilan momentos: razón aquí. Por unas risas, una historia con final corto pero feliz. Una charla en un café. Un abrazo que cierre miedos. Unos ojos que vean más allá de cómo nos mostramos.
«Sé que estás ahí. Y he venido a rescatarte»
Y al final, muchos se lanzan en un último intento desesperado, a acogerse a ese salvavidas en forma de persona que escucha, que comprende, que abraza sin mirar el tiempo, que besa sin taxímetro, que hace planes con la brújula en la mano.
No se trata de poner una etiqueta y menos si estamos pensando en descambiarlo a la mínima de cambio. Si hay dudas o simplemente necesitamos un pasatiempo para salvar esos momentos de soledad. Tampoco de aferrarnos o de encontrar quien nos de aquello que necesitamos.
Al final veo (y compruebo) que a veces, las redes sociales nos acercan a otros y nos alejan de nosotros mismos. Nos permiten la fugacidad y nos dejan esperando más. Abrir y cerrar oportunidades, conversaciones, sexo volátil y orgasmos efímeros. Parejas que cambian a la vuelta de la esquina. Entre almohadas ajenas y sábanas prestadas. Lo queremos llamar amor pero nos asusta pronunciarlo.
Vamos y venimos de un lugar que no sabemos dónde se encuentra. Somos puntos en la ciudad conectando y desconectando en instantes que no volverán.
Sí. Estamos aquí. Y nos rescataremos mutuamente de este mundo sin fin.
Nos leemos en breve. Con amor,