“Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos”.
Miguel Delibes
Sesenta segundos. En ocasiones pueden ser tan eternos que se podrían convertir en una hora. O pasar totalmente al contrario, que esas horas interminables de cada tarde, parecieran minutos. Así de relativo es el tiempo a veces.
La vida caprichosa. Y si tuviera que describirla de algún modo sencillo y complicado a la vez sería impredecible. Como los pájaros que se posan sobre las ramas y que cuando deciden que es el momento de cambiar de árbol o de lugar, alzan sus alas al vuelo y se pierden en la inmensidad del horizonte.
Un minuto de silencio por todas aquellas cosas que se dejaron por decir. Por las que se dijeron y quedaron en el aire. Para aquellas personas que pusieron un crespón negro a su corazón y por las que abrieron la puerta de par en par después de una guerra de la que salieron perdiendo.
Ruego que me perdonen las veces que dije tanto e hice tan poco. Y por todo lo contrario. Cuando callé a pesar de lo sentido después de cada instante vivido. Por las veces que nos hemos caído pero a pesar de los miedos y de las dudas, nos hemos levantado con ganas de respirar a pleno pulmón, aunque nos duela sentir que somos capaces de albergar tanto aire en nuestro interior.
Plegarias por esos milagros que esperábamos y después de que sucedieran nos dimos cuenta de que no era lo que queríamos. O que no estábamos preparados. Porque antes de pedir un deseo tenemos que ser capaces de aceptar que pueden hacerse realidad.
Un minuto de silencio por ese amor perdido. Por ese amor recuperado. Porque hemos escrito un poema a medias y lo hemos dejado sin recitar. Por esas camas vacías que hemos llenado de un cuerpo al que no necesitábamos. Por esos colchones estrenados donde estrellar todo aquello que ojalá hubiera sido, así sin más.
No hay palabras en el silencio aunque nos diga mucho. Porque los besos no mienten, ni las caricias ni los gestos. Y es que después de un tiempo, cuando miramos hacia atrás nos damos cuenta de que la vida sólo tiene sentido imaginarla hacia adelante. Da igual los nombres, de hombres o mujeres que nos hayan acompañado. Yo sólo deseo que al mirar al lado veas (veamos) a esa persona que realmente merecemos tener de compañía.
En el silencio yo hablo mucho. De cada mensaje, de cada instante, de cada plan y proyecto en común. Del allí y del aquí, de este camino de ida y vuelta. Unos van, otros vienen y algunos se quedan.
Ojalá, después, sólo haya muchos silencios. Porque estén llenos de amor a pecho descubierto, de caricias en el sofá, de paseos una noche de verano, de escapadas al país de nunca jamás, porque me des la mano y le demos la vuelta al mundo entre los cuatro vértices de la cama. Ojalá, y sólo entonces, seas capaz de ver lo que has atrapado entre las manos y te cueste tanto soltarlo que si pretende marcharse, vayas detrás.
Porque el ruido de las palabras sin sentido, el ruido de ese mundo de ahí fuera se escucha más fuerte cuando no hay nadie. Un silencio tan ensordecedor que se rinde y sólo le queda desnudarse a la evidencia.
Que diciendo muy poco, entre tantas palabras creo que ando diciendo mucho. Posiblemente ya lo hemos dicho casi todo. Porque el resto, ya lo sabes.
Y será el tiempo otro tiempo y el miedo solo una palabra con sentido pero sin significado. Quizás, algún día encontraré esas palabras buceando donde otros no quisieron o no se atrevieron a llegar. Será el relato más bello que haya escrito nunca.
Unas letras de silencio, que en la soledad, puedan acompañarte.
I.
«Usted podrá saber lo que dijo pero nunca lo que el otro escuchó».
Jacques Lacan
un minuto de silencio