Volver o marcharse: Esa es la cuestión.

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«Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar;
no se extrañan los sitios, sino los tiempos».⁣
Marcel Proust

Volver o marcharse: Esa es la cuestión.

Cuatro paredes algo frías. Por más que intento adornarlas no las siento como mías. Pero aquí estoy, en medio de una nada tratando de hacerlo mi todo en esta mañana algo gélida pero soleada de otoño.

Estoy viendo la forma de darle sentido a muchas de las cosas que nos pasan. Analizando cada gesto, cada mirada, averiguando si hay algo ahí que tenga algo de sentido en medio de este caos medio ordenado que nos ha tocado vivir.

Sonrío. Me quito el pelo de la frente y le doy un trago al té que ya casi se ha enfriado. Como ciertas personas, situaciones, vivencias, de esas tan cálidas que en mañanas como hoy, recurrimos a ellas para que nos abracen y nos den esa falsa sensación de compañía. Como algunas personas.

Qué rápido queremos vivir todo, ¿verdad? Qué prisas, ansias y agonías casi por acelerar todos los procesos. Nos hemos acostumbrado al YA de una manera casi inconsciente y sobrenatural. Frustración si no tenemos lo que queremos o no nos responde del mismo modo.

Acumulamos ropa, sentimientos, match y hasta suspiros, cuando nos damos cuenta de que no nos hace falta tanto porque ponemos nuestro objetivo en la montaña de las cosas que no tenemos o justo en aquello que no podemos alcanzar.

Llega un punto en el que pensamos si quedarnos o marcharnos, si quedarnos o volver. Como si en la vida se nos presentaran dobles oportunidades, como si no fuera ya de por sí difícil elegir como para tener que rechazar una opción. ¿Por qué tener sólo una cuando en realidad queremos tenerlas todas?

¿De verdad podemos llegar a pensar que en este mundo, donde nos llegan tantos estímulos, tantas ventanas nuevas a golpe de clic, no va a ser todo para ahora? ¿Quién no desea algo con tantas fuerzas como para después, una vez lo tiene en sus manos, dejarlo escapar?

Los hay que se van para no volver. Y aunque nos quedemos con esa desolación intermitente, sabemos que es lo mejor que podría sucedernos. Pero también están los que vienen por primera vez y alquilan un rincón en tu corazón, en tu mente y te provocan sonrisas. Aunque no podemos dejar a un lado a los intermitentes, que cual señal de emergencia nos avisan de que ni están, ni se les espera, salvo que el plan A les falle o el aburrimiento toque a su puerta.

Pero, ¿y tú? ¿Dónde te encuentras? ¿Te quedas ahí, esperando que las cosas pasen o haces que sucedan? ¿Eres de las que se va o de las que dice adiós?

Suena una vieja canción de Jazz que aún no logro identificar. La ventana sigue abierta aunque el frío ha comenzado a subir por mis piernas. Alguien ha llamado a la puerta y le invito a entrar. Justo delante de mí hay aún dos sillas vacías esperando que alguien me cuente precisamente lo que yo ya intuyo.

Unos vienen. Otros nos vamos. Así, tal cual, como las olas del mar. Aprendiendo a dejar ir, a acoger con ganas. A suspirar desde lo más profundo de nuestro corazón, sabiendo que hay sonrisas que enamoran más que las palabras, valientes que luchan sin espadas, con palabras al filo de la boca, con ojos brillantes, multicolores.

Que nadie se va de aquí sin su recompensa. Tarde o temprano alguien nos sueña y todo se hace realidad. Y si no, siempre nos quedará irnos. O tal vez, volver…

Nos leemos en breve. Con amor, que no falte nunca,
I.

I.
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