«Llevo encima las heridas de todas las batallas que he evitado».
Fernando Pessoa
Aprender a no hacer nada
Hoy os escribo este post porque he sentido esa necesidad de compartir lo que me lleva pasando un tiempo.
He tenido que respirar profundamente antes de sentarme y reflexionar sobre ello porque básicamente, he tenido que parar. Y cuando me refiero a parar, lo hago a dejar la mente en blanco (muy complicado a veces) y el cuerpo quieto.
¿No os da la impresión de que vivimos en el mundo en el que se premia el ser productivo? ¿En el que se nos contabiliza en función de cuánto hacemos?
Esto se me ha hecho muy patente hoy aunque llevo «padeciéndolo» desde hace casi un año. Siempre he sentido esa necesidad (casi patológica a veces) de tener que ir con la agenda a todos lados, de tener que programarlo todo para tener tiempo para hacer otras cosas. Algo así como tener una lista de tareas para comprobar que realmente estoy usando el tiempo.
Nos dicen por activa y por pasiva que estamos aquí de paso y que hay que aprovechar el momento. Pero también nos recuerdan que precisamente por la limitación del tiempo, debemos saber cómo ocuparlo.
Entonces: ¿Cuál es la mejor manera de aprovechar el tiempo? Seguramente cada cual responderá según sus gustos y preferencias: viajando, estando con la familia, jugando al fútbol, jugando a la play o haciendo senderismo… todo ello entre las múltiples posibilidades de ocio que nos invaden día a día.
Porque claro, cuando dispones de tiempo libre (cosa que ya parece un privilegio), algo habrá que hacer, ¿verdad? No está el tiempo como para ir malgastándolo en no hacer nada.
Y ahí es donde está el kit que la cuestión. Nos han enseñado que no hacer nada es la peor forma de desaprovechar el tiempo que tenemos y que debemos emplearlo en tener ocupaciones.
Pero: ¿Te has parado un segundo a pensar? ¿Te has quedado en silencio tratando de poner en orden todo el caos externo e interno en el que vivimos cada día?
Cuando llega la noche y me meto en la cama es cuando realmente tengo ese ratito para mí, justo después de haber mirado la agenda, para descansar y no hacer nada. Y me he dado cuenta de que sienta realmente bien. Tanto, que estoy reconsiderando el arte de no hacer nada.
El equilibrio se alcanza cuando somos conscientes de que si le dedicamos tiempo a hacer cosas productivas que al final son las que pagan las facturas a final de mes, también debemos hacerlo a curar y sanar el alma de todas las noticias negativas que nos lanzan día a día. Pero también a una misma.
Tanto quiero hacer, llegar a todos lados, sentir que realmente estoy ocupando mi tiempo en lo que considero que debo hacer, que no me es extraño sentir que me falta tiempo para hacer lo que realmente quiero: descansar y desconectar, calidad.
No deseo limitar mi tiempo al fin de semana, quiero disponer de aunque sean sólo cinco minutos para mirar por la ventana a la nada, pasear con el móvil en silencio o no contestar ese mensaje porque simplemente sólo estoy disponible para mí.
Estar en esa ebullición constante nos aleja de lo que realmente queremos ser, de nuestra esencia. Y al final, nos terminamos perdiendo entre citas y tareas pendientes y dejando a un lado lo verdaderamente importante: vivir como deseamos.
Voy a emplear unos instantes en escuchar el tic-tac del reloj. Sin más. Aunque después siga haciendo las tareas rutinarias. Este breve momento de consciencia, me hará aprender poco a poco a saborear cada segundo de la vida. Cuando me apetezca.
¡Nos leemos en breve!
Aprender a no hacer nada