Home Sweet Home

Home Sweet Home

A veces la vida nos presenta el mismo dilema que la literatura:
pasar página o cambiar de libro.

Home Sweet Home

El tiempo. Tan relativo, tan implacable. Tan aquí, aunque tú estés pensando allí o allá. Y aquí estamos, de frente, día a día, noche a noche. Haga frío, llueva o nos asemos de calor.

A días alegres canciones tristes. A noches tristes letras calientes. Valientes, a cada paso, con zapatos o descalzas, que sonríen y se ponen de pie aún con las heridas de guerra latiendo, en carne viva, pero que nada ni nadie las detiene.

Llegar a casa y encontrarte con tu sombra, tumbada en la cama, o sentada en el sofá. Sin máscaras, sin capas de superhéroes (o heroínas) que nos dan ese chute que necesitamos para que alzando la espada el mundo no nos atropelle.

Mirarte en el espejo y ver que aunque sonrías hay cristales que aún resuenan. Que no es cómo te ves sino cómo te miran. Y que no es lo que te dicen sino lo que te crees.

Que todo pasa. Que la vida de repente te alcanza. Y todo cambia.

Empieza un nuevo mes que sin duda, trae muchas emociones y sentimientos tras este año tan complicado y difícil de asimilar en cuanto a la situación que a día de hoy, aún nos ocupa.

No podemos cambiar aquello que no depende de nosotras. Ni debemos oponernos a ello. Al final, como suelo decir, hay que dejarse llevar, no aferrarse, y hacer que el universo se acomode.

Diciembre. Mes de ajustes, de planificar sabiendo que los mejores planes son los improvisados. Siempre mirando lo que queremos, deseamos y nos gustaría.

El otro día subí a mi Instagram una pequeña encuesta. ¿Por qué nos sentimos algo arrepentidos de aquello que no hemos intentado? ¿De lo que no tenemos evidencia? Preferimos la certeza, siempre, a la incertidumbre.

Por eso insistimos después de ese mensaje sin contestar. O queremos escuchar lo que ya sabemos de antemano. Queremos agotar el último cartucho, la última bala, la última oportunidad… una detrás de otra.

Y es que nos cuesta desprendernos de lo que ya sabemos que no somos, o no nos pertenece. Es por eso que al estar en casa, con esas conversaciones en las que siempre ganamos, en las que tenemos las palabras correctas en el momento adecuado y todo sale según hemos imaginado, donde comprobamos que al final, vivir significa improvisar.

El placer de llegar a casa y saber que cierras la puerta en tu hogar. Ese pequeño refugio de paz (y algo de caos) donde nos sentimos en calma. El instante en el que desconectas el teléfono y empiezas a vivir para dentro, dejando a un lado a todos los que no caben aquí dentro.

Home Sweet Home.

Nos leemos en breve. Con amor,

I.

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